La radio y yo



Mi relación con la radio se debe remontar al inicio de mi existencia. Casi desde que tengo memoria recuerdo la presencia de la radio en mi casa. Había una portátil que iba de un lado a otro, era una radio cuya marca no recuerdo con un parlante negro y el dial en color verde. Mi viejo la llevaba al campo todas las semanas y en casa creo que quedaba un Winco en el que se podía escuchar AM. Me acuerdo el día que papá apareció con el plástico que revestía el parlante de la radio todo deformado, era como si se hubiesen creado tres lomas de burro una al lado de la otra.

Evidentemente, la radio había sido ubicada en la luneta del auto y en la ruta el sol la moldeó a su gusto y piacere. Aún así –por supuesto- la radio siguió funcionando y nos acompañó por mucho tiempo más hasta que compraron una Tonomac, muy linda ella pero a la que le perdí el rastro. Hace unos 10 años se cambió por una Aiwa que venía de la casa de mi abuela y que terminó por ser más moderna pero mucho –muchísimo- menos fiel que las otras dos.

El otro recuerdo es de ver a mis viejos acostados y la radio en la cama al lado del oído. Ese era mi viejo. Qué digo al lado: abajo del oído. Supongo que de allí viene mi práctica de dormirme escuchando radio todas las noches, que comenzó de chico –llevándome la radio a la pieza para escuchar los partidos de River o de quien fuera- y fue continuando de más grande hasta el día de hoy.

En casa se escuchaba LU2 Radio Bahía Blanca. No me voy a poner a explicar lo que es LU2, ya lo hice alguna otra vez. Lo que me interesa contar es que son pocas las voces que quedan para siempre. En Buenos Aires hablan de Fontana, Guerrero Martineithz, Larrea… hombres y voces que además –como yapa-revolucionaron el modo de hacer radio. Bien: las voces que quedaron grabadas en mi memoria son dos (y las dos ligadas a las transmisiones deportivas): Rubén Coleffi y Rafaél Emilio Santiago. Los dos periodistas deportivos. Coleffi fue un extraordinario relator de básquet por radio que creo insuperable, al menos en mi recuerdo. También transmitió fútbol, pero no era lo mismo, el básquet era lo suyo. Debería conseguir esos viejos relatos de la década del 80/ 90 y cotejarlos con mis criterios actuales sobre la radio para escuchar si era tan bueno como yo creía. Supongo que sí. En ese momento yo escuchaba radio con una inocencia que fui perdiendo pero el recuerdo impone a Coleffi como un creador de mundos mágicos que pocas veces volví a oir. Hoy escucho con otros oídos, presto atención al behind the scene y a los mecanismo complejos que hacen que las puestas al aire suenen simples, bien y naturales. No todo es tan simple ni tan natural. No añoro esa inocencia. Yo iba a la cancha a ver a Estudiantes y miraba siempre hacia la cabina donde él transmitía. Quizás allí radiquen las primeras observaciones del cómo hacer radio. Miraba el partido, escuchaba la transmisión y trataba de sacarle los yeites, de ver si mentía en lo que transmitía. Y no, claro que no, si bien es cierto que el relato era siempre mejor que el partido. Con Victor Hugo también sucede. En esos momentos uno cae en la cuenta de que relatar es un arte. Coleffi se retiró del relato. Y con él un modo de relatar básquet en Argentina.

Y Rafaél Emilio Santiago (Santiago es su apellido) es una institución del periodismo deportivo bahiense, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Un tipo que ronda los ¿70? pero conserva su voz igual de fresca que hace 20 años. Todavía mantiene ese tono canchero, algo aporteñado quizás, que lo hace sobresalir del resto. Junto a Coleffi hacían una dupla de las mejores del mundo en lo suyo. Eran como Lennon- Mc Cartney o Jagger –Richards del basquet. Hoy extraño esas voces. Cada vez que vuelvo a Bahía me desespero por escuchar algunos minutos de Santiago. No me importa lo que diga, casi siempre estoy en desacuerdo con lo que dice, es absolutamente reaccionario, conservador y facho pero claro…caigo en la cuenta de que lo que yo extraño no es su opinión –que repito: detesto y por suerte con los años pude ir formando una mía propia- sino su voz. Esas voces son parte de las marcas de vida que uno lleva consigo, ese tipo tiene una voz que necesito cada vez que piso BB. De Coleffi no sé nada.

A través de la radio llegó la música. Mi vieja tenía un grabador y compraba unos cassettes de audio raros, una marca que podría recordar como AM60 o algo por el estilo. No eran TDK. Debemos estar en el año 88. Estábamos en el living del departamento y ella ponía la radio y esperaba ese segundo de silencio entre canción y canción para apretar rec y grabarlas. Recuerdo que esa tarde grabó No voy en tren y alguna otra cosa más… quizás Sergio Denis. Estábamos los dos mirando y escuchando la radio y yo veía cómo apretaba el rec para enganchar la canción que le gustaba. Esos cassettes los tengo guardados. Otros tiempos, más artesanales, y otra radio en una ciudad que no era Buenos Aires.

Eso fui yo como oyente. Hasta que un día me enteré de que mi tío hacía radio en una FM local. El era (y es) mecánico y para mí su ámbito de trabajo era su taller, los autos, el aceite, la grasa. Alguna que otra vez había registrado que en su casa aparecían cada vez más casettes pero supuse que era una especie de renacimiento de su interés por la música. La cuestión es que un día no sé si de cumpleaños o de visita a mi casa, él dice que se tiene que ir a hacer radio. Y yo lo acompañé. La radio era FM Radio del Sol y quedaba a dos cuadras de casa sobre la calle Drago. No me olvido cómo me temblaron las piernas cuando me dijo si quería leer un texto al aire. Wow! Yo tenía ganas de leer, lo deseaba, sólo tenía que preguntármelo. Por supuesto dije que sí. Son esos momentos en que uno desea mucho algo y a lo mejor el otro dándose o no cuenta le deja la oportunidad servida en bandeja. ¿Qué hubiera pasado si nunca hubiese pisado una radio a esa edad? No sé, nada seguramente. No hubiera pasado nada determinante. Pero quizá en ese mismo instante me dí cuenta de que por ahí iba a ir la cosa. Tenía 14 años, creo. No soy bueno para las fechas. Un tiempo antes había salido El amor después del amor de Fito Páez y empezaba a desandar el caminito de convertirse en el disco más vendido de toda la historia. Un día cae mi tío y –con ese aire protocolar que a veces tiene- le pidió a mis viejos charlar a solas. Y les preguntó si me podía llevar a ver a Fito Páez a la cancha de Estudiantes, presentaba el disco. Fuimos a ver a Fito y fue inaugural. Ya había recibido de mis viejos un casette de Sui géneris que gastaba y gastaba. Ahora se me abría el mundo de ésta bestia en estado de ebullición que era Páez. La música y la radio ya eran como una sola cosa para mí, iban de la mano. Y no estaba mal –sigue sin estar mal- porque hacer radio es parecido a hacer música.

Un par de años después – en segundo año de colegio- empecé a hacer micros de 10 a 15 minutos de deportes en una maratón de 6 horas sábados y domingos que se llamó Mano Única. Sábados y domingos de 8 a 14. Esperaba el fin de semana con una ansiedad similar a la que lo espero hoy (todavía me encanta ir a la radio y casualmente o no también estoy los sábados y los domingos). Al poco tiempo aprendí a operar, y cuando nos quedamos sin operador lo reemplacé todo el sábado y todo el domingo, cuando en la radio las tandas se hacían a casette y que salga todo a tiempoy como se debía eran una carrera contra el tiempo, sin mencionar los enlaces con los panoramas de Radio del Plata, la radio más impuntual que debe haber existido en la radiofonía argentina para tirar los panoramas. Al menos allá por 1996. En 1997 creo que pasamos a FM Latina y ahí ya hice las veces de co-conductor con mi tío. El programa se llamaba Codo con codo.

Toda esa época la radio me salvó la vida. Que alguien pensara que yo con 15 años podía hacer radio es una locura que a mi no se me ocurriría hacer con un pibe de esa edad por más que sea mi sobrino, no al menos sin pensarlo un rato largo. Esas cosas se agradecen. La radio para mi es mucho más que locutores, operadores, música, voces, tanda, emisor y mensaje. La radio fue un refugio. Y fue ideal porque a su vez me conectó con lo que a esa altura quería ser. Quería estar en contacto con la música, los medios, la política… La radio fue una llave para entrar a esos mundos.

La historia siguió pero no viene a cuento. Hoy la radio argentina cumple 90 años y sigue siendo importante en la vida de las personas, lo que significa que quienes la hacen también lo son. Se va a hablar de Sussini, de que fue la primera transmisión de ese tipo a nivel mundial, de que la hicieron desde el Coliseo, de Parsifal, de la magia y la compañía que significa para tantísima gente. Yo quería no perder el recuerdo de porqué amo a la radio, porqué nunca va a dejar de ser importante en mi vida, ya sea como oyente o hacedor.

PD: El día que aparezca un pibe de 15 años con ganas de hacer radio intentaré acordarme de mi mismo a esa edad y darle una oportunidad. Nobleza obliga
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Comentarios

laberintos ha dicho que…
Buenisima la historia.
Parecia larga al principio,pero no.
Acompaño la palabra al paisaje.
Hacer radio tambien es leer.
Todo.
Sin prisa.
Leyendo, se escucha de adentro.

Salute!